El nos dice: «Cada uno debe amar a su semejante como se ama a sí mismo.” (1) Entendiendo que nuestro semejante incluye también a quienes nos son molestos, no soportamos o decimos tener «feeling cero». La pregunta entonces sería: ¿cómo quiere Dios que accionemos ese amar a nuestro semejantes como así mismos? la respuesta está en la regla de oro de todas las relaciones dada por Jesús 2000 años atrás y que aún sigue vigente: «Haz a los demás todo lo que quieras que te hagan a ti.» (2)
Suena difícil amar de este modo desde nuestra delimitada humanidad, amar de esta forma sin poner por delante el «¿y yo qué?», el enojo, el resentimiento, las prevenciones, los prejuicios e incluso el «ojo por ojo y diente por diente» en lo cual hemos sido enseñados y continuamos educando a otros. Condiciones que equivocadamente solemos justificar dentro del marco de amor propio. Sin embargo, ese tipo de amor propio está deformado por el egoísmo y la actitud de un corazón que está a la defensiva y en disposición de ataque. EL VERDADERO AMOR PROPIO ME PERMITE AMAR AL OTRO CON LIBERTAD Y SIN NEGATIVIDAD DE POR MEDIO. Dios no quiere que perdamos nuestra dignidad. NO. El nos invita a ser INTELIGENTES DESDE LO EMOCIONAL. Él busca que no nos ahoguemos en el veneno de los sentimientos y emociones negativas hacia nuestros semejantes. Puesto que el resultado final del mismo es toxico para cualquier tipo de relación, para nuestro ser interior, nuestra salud mental y física.
Por último, es necesario comprender que si nuestro amor propio está en niveles escasos amaremos de igual forma a nuestro semejante. El amar al otro como así mismo, implica la responsabilidad personal de llenar y limpiar de toda basura cada vez que sea necesario nuestro limitado tanque de combustible emocional, primeramente en la fuente inagotable del amor de Dios a través de la oración y Su Palabra. A partir de allí podemos construir ese puente de amor hacia el otro con materiales sólidos. Por ello, Dios nos insta primero a cumplir con el mandato más importante, que dice así: “Ama a tu Dios con todo lo que piensas y con todo lo que eres.” (3) Cuando amamos a Dios, aceptamos y recibimos Su amor sin ningún razonamiento que lo impida, podremos cumplir con menos dificultad su segundo mandato en importancia: «amar a tu prójimo como así mismo» y la regla de oro para hacerlo: «Haz a los demás todo lo que quieras que te hagan a ti.» Recuerda, que si tenemos toda la sabiduría, conocimiento, fe, riquezas y demás, pero no tenemos amor, es como no tener nada, somos como metal que rechina y estorba. EL AMOR DEBE SER NUESTRA SEÑAL DE IDENTIDAD Y EL ARBITRO DE NUESTRAS ACCIONES Y ACTITUDES EN LA VIDA.
Espero que esta corta meditación haya sido nutriente e hidrante a su corazón. Le invito a compartir. Un saludo. ¡Dios te bendice!
PALABRAS DE ALIENTO
-M.S.D-
(1) Mateo 22:39 (2) Mateo 7:12 (3) Mateo 22:37